lunes, 21 de mayo de 2012

Una dura bienvenida. Parte 2


1 MES MÁS TARDE
Me despierto tras haber dormido treinta minutos seguidos. Estoy hecha polvo, pero las contracciones de la noche anterior han vuelto a atacarme y, ahora mismo, son más frecuentes y regulares, además de haber tomado mayor intensidad. No puedo aguantar por más tiempo la orina, así que voy lo más rápido que puedo al servicio, donde me doy cuenta de que hay un pequeño rastro de sangre en las bragas. Me quedé petrificada en aquel momento. No era posible, ¿había acaso llegado ya el día del parto? Todo concordaba. Dolores parecidos a aquellos de la menstruación en un intervalo de diez minutos y, aunque me costase creerlo, había perdido ya el tapón mucoso.
Desde que Eder y yo decidimos seguir adelante, no había sentido miedo alguno. Estaba tranquila sabiendo que él estaba a mi lado para cualquier cosa. Ambos nos amábamos con locura y queríamos tener aquel bebé que al principio no era deseado. En nuestros planes no entraba tener una criatura hasta los veinticinco años mínimo, pero al quedarme embarazada, todo cambió. Fue muy duro tomar una elección, pero tras hablarlo y pensarlo, decidimos que lo mejor era seguir adelante por el mero hecho de que a ambos nos gustase muchísimo los bebés y debido a que nos aterraba aquello del aborto. Sin embargo, esa no era la única razón. Los dos sabíamos que aquel bebé era la excusa perfecta para unirnos aún más, y además, a ninguno de los dos nos hacía gracia eso de matar a aquel proyecto de ser humano. Sabíamos que si abortaba, nos íbamos a sentir culpables el resto de nuestros días. Nuestros padres también nos hablaron de dar en adopción al niño si después de tenerlo pensábamos que era una carga, pero desechamos esa oferta.Nos dolería igualmente darlo a otra familia y saber que está creciendo sin ser capaz de verlo. Era demasiado duro, así que creo que esa fue la razón de mayor peso por la cual queríamos tenerlo.
Y, en estos precisos instantes, estaba horrorizada. Asustada porque no tenía la menor idea de qué hacer. Asimismo, no me sentía preparada para ser madre. ¿Qué debía hacer? Respiro lentamente, intentando calmarme. Cuando ya siento que puedo pensar con un poco más de claridad, voy a hablar con mi madre sobre el asunto. No estaba segura al cien por cien que el niño fuese a nacer en un corto período de tiempo.
Bajo a la planta inferior, donde me encuentro con mi madre en la grande cocina, que en esos momentos está llena de harina. Cómo no, mi madre estaba haciendo dulces y galletas en forma de muñequitos. El pasatiempo preferido de mi madre, a parte de pintar paisajes y soñar con poder recorrer medio mundo, era cocinar, sobre todo hacer dulces y pasteles. Y podía presumir de ellos, que le salían exquisitos.
-Mamá, siento interrumpirte en tu labor, pero he de comentarte algo.
-Dime corazón.
Se limpió las manos rápidamente en su delantal preferido, y luego se sentó en un taburete que había en la cocina y se preparó para esucharme. Le conté todo lo que me sucedía, los dolores que tenía, cómo me sentía, lo más detalladamente posible, cuando una nueva contracción me hace aullar de dolor. Inmediatamete me llevo las manos al vientre, y mi madre, en un abrir y cerrar de ojos, se encuentra a mi lado y me obliga a ocupar su lugar en aquel taburete. Me dice que no me mueva y sale disparada. A los pocos segundos regresa con una botella de agua, un cómodo cojín y las llaves del coche en la mano.Me ayuda a andar hacia el coche, y me siento en el asiento de copiloto cuando llegamos a él.
De mi casa al hospital no hay mucho camino, tan solo quince minutos en coche. A pesar de la poca distancia que nos separaba, el trayecto se me hizo eterno. Cada vez la espera se me hacía más larga. No podía más. De pronto siento cómo empiezo a mojarme.
-Mamá, mamá, creo que me estoy haciendo pís.
-¿Cómo?.-pregunta boquiabierta.
-Sí mamá. Siento cómo un líquido corre por ahí, se me ha escapado el pís.
-Cariño, no creo que te hayas meado encima. Simplemente habrás roto aguas. Pero tranquila, que estamos en camino. En unos instantes llegamos a nuestro destino.
-Mamá, romper aguas significa que el líquido que se encuentra en el saco amniótico ha salido disparado porque éste se ha roto, ¿no?
-En efecto. Es buena señal, quiere decir que el bebé ya está en camino. Nos atenderán rápidamente.
-No sé si estoy preparada para ser madre. No sé si realmente quiero que nazca tan pronto. Nueve meses parecían tan lejanos, y sin embargo, ya han pasado. No he tenido el tiempo suficiente para concienciarme.
-Selena, debes tranquilizarte. Es normal que no te sientas segura y tengas miedo. Es algo nuevo para ti, pero lo superarás. Ya verás como no va a ser nada, como va a salir todo a la perfección.
-Pero, ¿y si no es el caso? ¿Y si soy una pésima madre?
-Hija, ya es tarde para lamentarte. Deberías haber pensado en las consecuencias antes de tener relaciones sexuales. En cuanto a lo de una pésima madre, no temas. Estaré a tu lado para ayudarte y aconsejarte. Ser madre es algo muy difícil y que al principio asusta, pero es a la vez algo maravilloso. Los nervios son muy malos y no llegan a ninguna parte. Así que haz el favor de tranquilizarte. Respira hondo.
Justo al decirme esto, vislumbro el imponente edificio que resulta ser el hospital más cercano a casa. Mi madre aparca en la plaza libre más próxima a la puerta del hospital. Cuando entramos, vamos a recepción y le comentamos lo sucedido a un enfermero cuyo nombre es Alejandro. No tarda ni un segundo en venir una camilla acompañada de dos enfermeras, quienes me ayudan a tumbarme en la cama y permanecen a mi lado hasta la hora del parto.

domingo, 20 de mayo de 2012

Una dura bienvenida. Parte 1


Nací un cuatro de agosto en un bello parque de Madrid, bajo un calor abrasador y con la luna llena como testigo. Mis padres no esperaban aún mi nacimiento, les cogí por sorpresa cuando celebraban el primer año de casados. Según les habían comunicado los médicos, mi nacimiento estaba previsto para el cuatro de septiembre, justo un mes más tarde. 
Esa noche, de felicidad plena, mis padres decidieron llamarme Selena, simplemente porque significaba luna, y decían que era a ella a la que debían mi nacimiento. Siempre he creído que haberme llamado de esa manera por el mero hecho de que significase luna era una estupidez, pero jamás se lo dije a mis padres para no herir sus sentimientos y, en parte también porque me gustaba aquel nombre.
Mi nombre completo es Selena Rancel Seral. Tengo diécisiete años y estoy en estado desde hace ocho meses. Al principio, cuando mi novio Eder, de dieciocho años, y yo nos enteramos de aquella noticia, la tristeza nos abrumó y estuvimos pensando incluso en el aborto. Pero tras hablarlo con nuestros familiares, ellos nos animaron a tener a aquella criatura, solamente si nosotros queríamos, claro está. Tras unos días de reflexión, que pasaron a ser dos meses, decidimos seguir adelante.  Y aún hoy, tan solo a un mes de dar a luz, no me arrepiento de mi elección, al igual que Eder.
Estamos en una alegría y nerviosismo extremos, pues lo que más ansíamos ahora mismo es verle la cara a nuestro pequeñín, al que llamaremos Boris, nombre que a los dos nos encantó  desde la primera vez que nos atrevimos a hablar del tema.
Para matar el tiempo, nos encontramos Eder y yo analizando mi nombre, o mejor dicho, más que analizandolo, riéndonos de cómo a mis padres se les ocurrió llamarme Selena.
-Eder, ¿te puedes creer lo ingenuos que eran mis padres en aquella época? ¿Cómo iba la luna querer que yo naciese para que fuesen felices en aquel día tan importante para ellos? Desde luego, eran estúpidos.
Nos miramos fijamente, por una vez serios en aquella lluviosa tarde de primavera, y sin evitarlo, estallamos otra vez en carcajadas.
-Selena, lo mejor de todo es lo que pensaba tu madre. Aquello que me contaste sobre que la luna era su mejor amiga y, que por aquella mismísima razón, naciste aquel día.
-Y que lo digas Eder. Por cierto, ahora me pica la curiosidad, ¿cuál es el significado de tu nombre?
-Eder es un nombre de origen vasco cuyo significado es hermoso. Eso sí, ellos no le dan importancia alguna al significado de los nombres como se la dan tus padres. Me llamaron así porque a mi madre le gustaba de pequeña un niño con ese nombre, y desde entonces aquel nombre le resultó precioso.
-¿En serio? ¿Y a tu padre no le molestó?
-Claro que no, porque eso último me lo acabo de inventar.
Tras pronunciar aquellas palabras comenzó a reírse escandalosamente y yo le di un leve puñetazo en el hombro para demostrarle que aquello me había molestado y le puse cara de enfadada.
-Venga, vamos, es que mis padres no son tan graciosos como los tuyos y quería darle una pizca de diversión a esto.
-Ya, claro. Pues está muy mal eso de mentir a los demás.
-No he mentido, solamente me he inventado una pequeña historia sobre el motivo de por qué me llamo así.
-¿Y acaso eso no es lo mismo que mentir?
-Que va, para nada.
-Te odio Eder.
-Me amas, y lo sabes. Cada día al despertar me lo dices.
Me dedica entonces una sonrisa, tan hermosa como el resto de su rostro. Sus verdes ojos me observaban siempre atentos y me transmitían seguridad. Sus cortos y dorados cabellos, que brillaban siempre a la luz del sol, sintonizaban perfectamente con su blanca piel y con su armónica y musical voz. Además, su fuerte y delgado cuerpo, tan irresistible y perfecto hacían que su belleza fuera extrema.
-Está bien. Me rindo, jamás te voy a poder odiar. Y he de decirte que tus padres acertaron con el nombre que te pusieron. Es el único que te va como anillo al dedo. Tu nombre te describe tal y como eres, hermoso. Y no me digas que estoy equivocada, porque realmente eres hermoso, tanto en el interior como en el exterior.
Sin poder evitarlo, me acerqué a él y lo besé apasionadamente, transmitiendole todo el amor que me era posible. Tras compartir besos y palabras de amor, me tumbo en la cama con Eder a mi lado, donde permanecemos abrazados y en silencio, escuchando nuestros latidos del corazón y sintiéndo cómo Boris da pequeñas patadas desde el interior.