domingo, 20 de mayo de 2012

Una dura bienvenida. Parte 1


Nací un cuatro de agosto en un bello parque de Madrid, bajo un calor abrasador y con la luna llena como testigo. Mis padres no esperaban aún mi nacimiento, les cogí por sorpresa cuando celebraban el primer año de casados. Según les habían comunicado los médicos, mi nacimiento estaba previsto para el cuatro de septiembre, justo un mes más tarde. 
Esa noche, de felicidad plena, mis padres decidieron llamarme Selena, simplemente porque significaba luna, y decían que era a ella a la que debían mi nacimiento. Siempre he creído que haberme llamado de esa manera por el mero hecho de que significase luna era una estupidez, pero jamás se lo dije a mis padres para no herir sus sentimientos y, en parte también porque me gustaba aquel nombre.
Mi nombre completo es Selena Rancel Seral. Tengo diécisiete años y estoy en estado desde hace ocho meses. Al principio, cuando mi novio Eder, de dieciocho años, y yo nos enteramos de aquella noticia, la tristeza nos abrumó y estuvimos pensando incluso en el aborto. Pero tras hablarlo con nuestros familiares, ellos nos animaron a tener a aquella criatura, solamente si nosotros queríamos, claro está. Tras unos días de reflexión, que pasaron a ser dos meses, decidimos seguir adelante.  Y aún hoy, tan solo a un mes de dar a luz, no me arrepiento de mi elección, al igual que Eder.
Estamos en una alegría y nerviosismo extremos, pues lo que más ansíamos ahora mismo es verle la cara a nuestro pequeñín, al que llamaremos Boris, nombre que a los dos nos encantó  desde la primera vez que nos atrevimos a hablar del tema.
Para matar el tiempo, nos encontramos Eder y yo analizando mi nombre, o mejor dicho, más que analizandolo, riéndonos de cómo a mis padres se les ocurrió llamarme Selena.
-Eder, ¿te puedes creer lo ingenuos que eran mis padres en aquella época? ¿Cómo iba la luna querer que yo naciese para que fuesen felices en aquel día tan importante para ellos? Desde luego, eran estúpidos.
Nos miramos fijamente, por una vez serios en aquella lluviosa tarde de primavera, y sin evitarlo, estallamos otra vez en carcajadas.
-Selena, lo mejor de todo es lo que pensaba tu madre. Aquello que me contaste sobre que la luna era su mejor amiga y, que por aquella mismísima razón, naciste aquel día.
-Y que lo digas Eder. Por cierto, ahora me pica la curiosidad, ¿cuál es el significado de tu nombre?
-Eder es un nombre de origen vasco cuyo significado es hermoso. Eso sí, ellos no le dan importancia alguna al significado de los nombres como se la dan tus padres. Me llamaron así porque a mi madre le gustaba de pequeña un niño con ese nombre, y desde entonces aquel nombre le resultó precioso.
-¿En serio? ¿Y a tu padre no le molestó?
-Claro que no, porque eso último me lo acabo de inventar.
Tras pronunciar aquellas palabras comenzó a reírse escandalosamente y yo le di un leve puñetazo en el hombro para demostrarle que aquello me había molestado y le puse cara de enfadada.
-Venga, vamos, es que mis padres no son tan graciosos como los tuyos y quería darle una pizca de diversión a esto.
-Ya, claro. Pues está muy mal eso de mentir a los demás.
-No he mentido, solamente me he inventado una pequeña historia sobre el motivo de por qué me llamo así.
-¿Y acaso eso no es lo mismo que mentir?
-Que va, para nada.
-Te odio Eder.
-Me amas, y lo sabes. Cada día al despertar me lo dices.
Me dedica entonces una sonrisa, tan hermosa como el resto de su rostro. Sus verdes ojos me observaban siempre atentos y me transmitían seguridad. Sus cortos y dorados cabellos, que brillaban siempre a la luz del sol, sintonizaban perfectamente con su blanca piel y con su armónica y musical voz. Además, su fuerte y delgado cuerpo, tan irresistible y perfecto hacían que su belleza fuera extrema.
-Está bien. Me rindo, jamás te voy a poder odiar. Y he de decirte que tus padres acertaron con el nombre que te pusieron. Es el único que te va como anillo al dedo. Tu nombre te describe tal y como eres, hermoso. Y no me digas que estoy equivocada, porque realmente eres hermoso, tanto en el interior como en el exterior.
Sin poder evitarlo, me acerqué a él y lo besé apasionadamente, transmitiendole todo el amor que me era posible. Tras compartir besos y palabras de amor, me tumbo en la cama con Eder a mi lado, donde permanecemos abrazados y en silencio, escuchando nuestros latidos del corazón y sintiéndo cómo Boris da pequeñas patadas desde el interior.

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