viernes, 1 de junio de 2012

Una dura bienvenida. Parte 3


Ya por fin he superado una etapa que me daba mucho miedo, el parto. Este ha sido doloroso, aunque fue un dolor conocido, pues era parecido al dolor menstrual. Justo después de tener al bebé, una de las enfermeras me comentó que debía hacer unos ejercicos de respiración que consiste en coger mucho aire y expulsarlo. Algo normal, pero bueno, pues me relaja bastante.
Al cabo de dos horas, una vez el bebé estaba limpio y envuelto en unas sábanas y yo un poco descansada y limpia del sudor, Boris comienza a abrir los ojos lentamente. Tardó unos diez segundos en abrirlos completamente. Nuestros ojos se encontraron, y esto fue lo primero que el chiquitín vio, mis ojos color miel. Sus diminutos ojos de un color verde claro eran clavados a los de Eder, al igual que su pequeña nariz.  Sin embargo, su boca y sus apenas pronunciadas cejas eran idénticas a las mías.
Desde que Boris nació, fui la chica más feliz del mundo. De hecho lo sigo siendo, además presiento que va a ser una felicidad extrema y eterna, pues el amor que siento hacia mi bebé es tremendo. Es increíble el fuerte lazo que se crea entre el bebé y la madre durante el embarazo. 
Nos seguimos contemplando, absortos, sin emitir sonido alguno. Así pasamos segundos e incluso minutos, hasta que Boris queda rendido y se sume en un profundo sueño.
Sonrio mientras le acaricio la cara, sintiéndome afortunada.
En ese instante, alguien llama a la blanca puerta de mi habitación, que es la 134, para después asomar la cabeza.
-¡Eder, has llegado!- exclamo entusiasmada y más feliz si cabe.
-Sí. Oh, ¿ese es nuestro Boris?-pregunta cuando su mirada se detiene en las blancas sábanas.
-Sí.  Acércate y lo verás, que desde ahí es imposible, es tan chico que las sábanas lo esconden.
Una vez está a nuestro lado, deposita un beso en mi frente y luego dirige la mirada al bebé.
-Es hermoso. Ya por fin formamos una familia, cariño.
-Sí. Eder, no puedo estar más contenta. Lo que ahora me preocupa es cómo saldremos adelante sin molestar mucho a mis padres.
-No te preocupes. He conseguido un puesto de trabajo en el frozen yoghurt de la ciudad. No me pagan mucho, pero algo es algo. Yo me encargaré de comprar lo que haga falta.
-¿Seguro? Yo también tendré que buscar trabajo. Así lo mantenemos los dos.
-No hace falta. Mira, dividimos el trabajo en dos. Yo trabajo y pago todo lo que necesitemos para Boris, y tú te encargas de cuidar al bebé. ¿Te parece?
-Pero, ¿estás seguro que no quieres que trabaje? Podrías trabajar un poco, luego cuidar de Boris y mientras tanto ir a trabajar yo.
-Selena, no te inquietes. Ahora mismo debes descansar, recuperarte y cuidar del niño, ¿sí?
-Sí. ¿Cuándo vendrás a verlo?
-Cada viernes y sábado.
-Y los demás días, ¿qué?
-No puedo, corazón. El domingo trabajo por la mañana y tengo que estudiar. Ya mucho es que me pueda pasar el sábado un rato.
Veo que está un poco alterado, bueno, más bien estresado, por eso le pongo la mano en la pierna, para intentar tranquilizarle.
-Eder, lo entiendo. No te preocupes. Yo me ocupo de él. Tú céntrate en los estudios y en el trabajo. Cuando tengas tiempo, pues vienes. Pero no te estreses.
-Muchas gracias por entenderme. No sabía cómo te lo tomarías.
-¿Cómo me lo iba a tomar? Eres tonto.
Ambos nos echamos a reír, quizás para romper la tensión que segundos antes se había creado en la pequeña, clara y blanca habitación, donde solamente había dos camas, dos televisores y millones de aparatos médicos.
-Sele, siento no poder quedarme más, pero tengo que trabajar.
-¿Tan pronto?
-Sí. Tengo que sacrificarme para poder mantenernos.
-Tienes razón. Bueno, vete. Te amo.
-Y yo a ti.
Nos dimos un rápido beso en los labios. Rápidamente cogió la mochila y se fue, cerrando la puerta con suavidad, quizás por miedo de despertar a Boris.
Tras tantas horas de alegría, la tristeza y preocupación me ocuparon repentinamente al pensar en Eder. Cuando se había marchado, solamente se había despedido de mí. ¿Por qué no de Boris también? Es su hijo. Creí que iba a estar tan feliz como yo, pero no lo parecía. Más tarde tendría que hablar con él.
Al día siguiente, le llamo, pero todo es en vano. No coge el teléfono. Le vuelvo a llamar más y más veces, pero obtengo el mismo resultado. Así pues le escribo un mensaje y se lo envío. Pero nada, no obtengo respuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario