lunes, 5 de marzo de 2012

Terrible pesadilla parte 4


Aquel reencuentro, ¿sería cosa del destino ? ¿o tal vez pura casualidad ?
No podía pensar con claridad, pero sí sabía que debía luchar por conseguir salir con vida de aquel lugar.
-Ashira-dice de repente.
No obtiene respuesta por mi parte.
-Ashira, tenemos que hablar.
-¿Hablar ? ¿Hablar de qué ? No tenemos nada de lo que hablar.
-Te equivocas en eso. Tenemos mucho de lo que hablar, princesita.
-No me llames princesita. De todos modos, si tienes que hablar conmigo, ¿por qué tiene que ser de esta manera ? ¿Por qué amenazándome con cortarme el cuello a la más mínima ?
-Porque si no te escaparías, Ashira. Pero si te incomoda esta situación, te llevaré a otro lugar, ¿quieres ?
-Sí, por favor.
Alek va quitando lentamente el cuchillo de mi cuello, a la vez que me coje de las manos, para evitar que me escape. Coge unas esposas que tenía guardadas en un bolsillo de su chaquetón y me las pone. ¡ Lo que faltaba !
Fuimos caminando por las calles, que estaban desiertas. Tan solo varios gatos negros se cruzaron por nuestro camino. Para ser exactos siete. Esto me dio muy mala espina. No era supersticiosa ni nada por el estilo, pero los gatos negros me daban cierto grima.
Anduvimos durante cuarenta y cinco minutos y, por fin, llegamos a nuestro destino.
Aquel siniestro lugar me hizo estremecer de terror. Nos encontrábamos en una calle oscura, donde no había luz alguna, ni siquiera una farola iluminaba pobremente aquella calle. No pude ver muchas cosas, pero lo que sí vi con claridad fue la casa en la cual íbamos a entrar.
Era una pequeña casa situada cerca del río. La casa era bastante vieja. Una larguísima y descuidada enredadera recorría las paredes del exterior de la casa, y se enrrollaban sin dificultad en el diminuto balcón que había en la primera planta.
Cuando terminé de estudiar aquel lugar, Alek abrió la casa.
Encendió la luz, y nada más hacerlo, se oyó un grito. Supuse que aquel grito lo habría provocado un animal. Así que no le di más importancia.
Alek me empujó hacia dentro y, luego, me obligó a descender al sótano. Cuando llegamos, me miró y sonrió. Una sonrisa llena de maldad. Aquello no podía ser buena señal.
Decidí echar un vistazo a mi alrededor, e inmediatamente me arrepentí de lo que acababa de hacer. Aquel grito que escuché no provenía de ningún animal, sino de personas humanas.

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